La final que no se pudo jugar
- Juan Carlos Vera Bohne
- 28 nov 2018
- 3 Min. de lectura
Si no es por la naturaleza es por el hombre pero la ‘Final del mundo’ entre River y Boca no quiere ni Dios ni el hincha que se juegue. Primero fue la lluvia y después una bola de estúpidos que han postergado las dos finales de la Copa Libertadores y lo que se suponía iba a ser un día de fiesta para uno de los dos equipos ahora es una tristeza para ambos clubes.
Una minoría de “aficionados” se ha adueñado del fútbol argentino no de hoy, sino desde hace mucho tiempo. El problema proviene desde el nacimiento de las barras que tanto daño le han hecho al fútbol sudamericano y que tanto orgullo le da a sus fieles seguidores que están dispuestos a todo con tal de ver a su equipo ganar, incluso agarrar a botellazos al camión rival.
Hace poco en el mundial seguidores de la albiceleste agredieron brutalmente a aficionados croatas, pero eso no es nada comparado con lo que hacen en su país en donde son libres de hacer lo que les plazca porque están protegidos por los presidentes de los mismos clubes y la mayoría de ellos con fuero político. A eso hay que sumarle las lagunas que hay en las leyes, la incapacidad de las autoridades para ejercer justicia sobre ellos, y la corrupción que ayuda a que no se castiguen a los revoltosos.
El recurrente tema de la violencia en el fútbol argentino registra un largo palmarés de víctimas fatales. El número de muertes por la violencia en Argentina se elevó a cuatro en lo que va del año y a 137 en los últimos 20 años, según la ONG Salvemos al Fútbol (SAF).

Afortunadamente el sábado no hubo víctimas pero si se manchó la Copa. El mundo entero ha criticado fuertemente al gobierno por no prevenir el incidente. La prensa nacional e internacional presiona para se que encarcelen a los culpables, y las redes sociales repudian estos actos y a las barras en general que durante décadas han tomado como rehén al fútbol.
Se necesita un castigo ejemplar para evitar a toda costa que se repitan estos incidentes y no tomar decisiones a la ligera como sólo retrasar el partido o aplazarlo. La CONMEBOL junto con la FIFA tomaron decisiones a la ligera sin preocuparse por la integridad de los jugadores y sólo estando contra la pared suspendieron el partido.
Ahora Boca Juniors no quiere jugar, pide la Copa y ha ido a instancias superiores pidiendo justicia. El sábado estaba pactado el más grande duelo entre los rivales más odiados de todos los tiempos y fue el odio quien venció. Delincuentes disfrazados de aficionados arruinaron la fiesta y se salieron con la suya, boicotearon la final, mataron a un cerdo, vistieron de cohetes a una niña, vendieron entradas que después robaron a sus mismos compradores, lanzaron botellazos a un camión, pusieron en peligro a jugadores rivales y lo peor es que estos incidentes se han visto muchas veces en Argentina y Sudamérica, incluso peores.

La palabra pasión se ha desvirtuado por los más fanáticos aficionados, orgullosos de ser los más ruidosos, los más violentos y los más pasionales. Sus éxitos han llenado de pánico las canchas de fútbol y así se han escrito las páginas más obscuras de su rica historia.
Es tiempo de erradicar la violencia de este bello deporte, es momento de tomar una valiente decisión. Si por mi fuera dejaba el título bacante aunque no lo merezcan los jugadores, pero esta guerra entre aficiones tiene que terminar y que mejor castigo que nunca se juegue la ‘Final de la Vergüenza’.
El sábado iba a ser el día en que por fin la balanza se inclinaría eternamente a un lado pero no ocurrió, el momento se perdió y ahora es imposible recuperarlo.
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